sábado, 12 de mayo de 2012

Intemporal

Me contemplaba como si me hubiese transformado en un insecto, o como si fuera transparente y lo que realmente viese fuera el cuadro que se situaba detrás de mí. La observé en silencio hasta que ella desvió de nuevo la mirada y siguió con sus tareas domésticas; limpia un poco el polvo de la estantería, barre el suelo mientras tararea casi ininteligiblemente, coloca las sillas.

Me aburro tanto. El tiempo pasa lento; templanza mordaz que raya en la burla. El reloj de pared cuelga con sorna, las agujas inertes avanzan agarrotadas, hasta el segundero ha considerado el disminuir la velocidad de sus pasos.  Ojeo las motas de polvo a contraluz, meciéndose al son de una canción inaudible, hasta que enfoco más allá, a la puerta del balcón abierta. Fuera hace sol aunque el cielo sostenga aún alguna nube impoluta. La claridad invita a salir a la calle, a disfrutar de este día de primavera. ¿Es primavera? Ya no lo sé. ¿Qué día es hoy? Frunzo el ceño obstinada en encontrar una respuesta que se esconde en algún rincón de mi cabeza. Al fin, mi mente se evade de nuevo. Miro de reojo a esa mujer que murmulla mientras ordena las baratijas de la estantería, no sé por qué está aquí, no logro adivinar quién es. 

De repente, siento un deseo incontenible de ponerme en pie y escaparme a la terraza. Aparto con cuidado la manta que cubre mis piernas y consigo incorporarme pesadamente, impulsándome con las manos apoyadas en los brazos del sillón. Victoriosa, me yergo completamente. La mujer no parece haberse dado cuenta de mi cambio de posición. Un paso tras otro, alcanzo la puerta de cristal. Qué maravilloso parece todo ahí fuera. La gente camina sin pausa, algunos solos, otros en grupo. Una chica espera el autobús mientras habla animadamente por teléfono. Trato de acercarme más a la baranda pero mi pie incurre en el error de topar con el metal; un ruido sordo se eleva en la calma de la mañana. “Pero señora”, escucho a mi espalda, “¿Dónde se cree usted que va?”. Mi funesto fallo ha alertado a la mujer de la escoba. Noto como me ase del brazo y mi cuerpo no se resiste al giro. “Vamos, que ahora mismo le pongo la televisión”. La televisión dice la inepta, ese aparato lleno de gente y de voces, de historias que no me interesan. Un impulso beligerante me lleva a liberarme bruscamente de la garra de mi opresora, que se vuelve para fijar en mí sus ojos ahora amenazadores. “Quiero salir”, le espeto, aun sabiendo que su necedad no le permitirá comprender mi necesidad de luz, de sol, de aire. “Esta tarde ya dará el paseo, ahora no se me ponga burra y vamos al sillón, que van a empezar las noticias”. El paseo, las noticias, ambos únicos y genuinos a los ojos de la que continúa observándome con cara de pocos amigos. Sé que no puedo rebelarme, así que desisto y me dejo conducir de nuevo al asiento que me sirve de prisión. Enciende el televisor y el sonido que expelen sus habitantes llena la habitación. “Y ahora quédese aquí quietecita, que voy a la cocina”. Estúpida. Siento un rechazo irracional hacia esa mujer sin garbo, sin gracia ni más de dos neuronas vivas. Odio ese trato condescendiente, esa forma de ignorarme mientras finge que desempolva el aparador o que lee una revista.

Suenan unas llaves y a continuación una puerta que se abre con ese chirrido ascendente, característico de las entradas, ya que las salidas siempre van acompañas de uno descendente.

“Hola, ya estoy aquí”. La voz suena familiar, pero mi cerebro no parece ayudarme hoy lo más mínimo en la tarea del reconocimiento. Un hombre joven, moreno y alto, bien parecido, hace su aparición por el marco de la puerta. Su sonrisa radiante desarma mis oscuras divagaciones. Ah, ya sé, éste es mi hijo. Por fin alguien conocido, por fin una persona que me es querida. “Hola”, le hablo mientras le sonrío con la boca, con los ojos y con toda parte de mi rostro que me lo permite. Se aproxima y me da un beso. “Hola mami, ¿Cómo estás? ¿Te ha tratado bien Adela?”, no dando tregua para una posible respuesta, sigue con su monólogo, “Voy a dejar el maletín y a ver qué hay de comer, ahora vuelvo. Hoy estás muy guapa mamá”. Me da otro beso, suave, cálido, y se marcha. Me siento feliz.

Qué solitaria me encuentro. Llevo toda la tarde sola. Alguien habla. Es ese aparato. Lo miro; un hombre profiere su elocuente discurso dirigiéndose a cámara, a mí. ¿Por qué está la televisión encendida? Seguro que pronto se hará de noche y yo aquí sentada, sin haber hecho la cena. Los niños van a llegar y yo no he cocinado aún, ni limpiado, ni nada. Pero esta no es mi casa, ¿o sí? No, no lo es. No estoy en mi casa. Hay una señora rondando por delante de mí, no sé quién es.


Tengo sueño, un sueño pesado y ceniciento que me obliga a cerrar los párpados. Y así, me adentro en lo desconocido desde lo también desconocido. Me dejo arrastrar, cansada, huyo de la vigilia.






martes, 1 de mayo de 2012

Días internacionales

Día Internacional del Jazz, Día Internacional del Teatro, Día Internacional de la Mujer, Día Internacional del Libro, Día Internacional de la Danza, Día Internacional del Teatro, Día Internacional de la Familia, Día Internacional de los Museos, Día Internacional de la Diversidad Biológica, Día Internacional de la Paz, Día Internacional de los Trabajadores, y así podría rellenar líneas y líneas. Días internacionales, días mundiales y días nacionales. En definitiva, días para hacer recordar a la población nacional o internacional, según convenga, la existencia de aquello que siempre está presente pero a lo que habitualmente no se le presta atención. Es necesario que un organismo decida que durante 24 horas se va a rendir homenaje a un particular aspecto de la vida, movimiento artístico, enfermedad, sector social… Lástima que la jornada termine y sea tiempo de olvidar, de aparcar lo que recientemente se consideraba tan plural y significativo. Pero ojo, que comienza otro día y hay que permanecer atento; lo que ayer era al jazz hoy es al trabajador y mañana quién sabe.

Para los que tengan la suerte de serlo, feliz Día Internacional de los Trabajadores.