domingo, 15 de julio de 2012

Pintando en gris

“Dame esa cera verde”. La coges y pintas, siempre intentando no rebasar los bordes, pero es tan difícil. Ahora un poco de rojo, un poco de azul y que no falte el amarillo, es tu color favorito. Tu madre siempre dice que no hay nada como los colores vivos para alegrar la vista. Quizá por eso te viste así, para que tu disfraz de arcoíris suponga un punto extra de ánimo en sus días grises. Y te dejas hacer, porque tu madre últimamente no es tu madre. Tu madre se ha convertido en una señora mayor, en un par de ojeras, en un suspiro infinito. Ya nunca tiene tiempo para sentarse contigo a ver los dibujos o para llevarte al parque, ahora tienes que quedarte en el colegio hasta tarde. Se pasa el día en el trabajo y por la noche se deshace en quejas; que si mi jefe es un imbécil, que si no puedo arriesgarme a perder lo poco que tengo, que si a este paso nos vamos todos a la mierda. Antes ella no decía palabrotas, ahora no sabe hablar de otra manera. Y mientras tú miras la tele y callas, porque sabes que no se dirige a ti, que su monólogo se lo dedica a sí misma. No comprendes bien lo que ocurre, pero sientes la nube negra que se cierne sobre vosotras. Escasean las sonrisas en casa y debes tener cuidado para que ella no se enfade; su susceptibilidad ha alcanzado límites insospechados. Sólo cuando te acompaña a la cama asoma un resquicio de lo que era. “Buenas noches mi vida”, te aparta el pelo de la frente y te besa. Un beso húmedo, dulce y suave, cuyo rastro permanece aún durante un rato en tu piel. Ella se marcha, apagando la luz antes de cerrar la puerta. Oyes como sus pasos se dirigen a la habitación contigua. Ruido de muelles y débiles chirridos. Un interruptor. Un frágil lamento, un atisbo de sollozo y después, el silencio.