lunes, 31 de diciembre de 2012

31 de diciembre


Y así, casi sin avisar, llega el 31 de diciembre. Otro año más que ha pasado a hurtadillas por el pasillo y se nos ha vuelto a escabullir. Con el último día aparecen las listas, los balances, los top del año, las evaluaciones de qué fue lo que pasó. Sin embargo, principalmente por sus previsibles resultados, los exámenes más duros no son los musicales, los sociales o los políticos, sino los personales. Las preguntas no son difíciles, basta con las Five WS del periodista. Dónde quería llegar y dónde estoy. Qué quería conseguir y qué he conseguido. Cómo deseaba que fuera mi vida y cómo es. Quién quería ser y quién soy. Por qué sigo tropezando con esa misma piedra año tras año. Háganme el favor de quitarla.

Llegan también las cenas familiares. Cuántos somos, cuenta y vuelve a contar. Al final, más de 12 en esa mesa que normalmente sólo sujeta un triste jarrón. Bien apretaditos, codo con codo y langostino con langostino. Los entrantes y el primer plato. Comienzan los “yo ya no puedo más”, “yo tampoco”, “coge ese canapé que no lo vamos a dejar ahí”. Con el segundo, el vino comienza a calar y los más dicharacheros empiezan a contar su particular historia universal. Cuando estábamos en el internado e íbamos con las monjas a pasear de dos en dos cogiditas de la mano. Cuando venía la gente a la tienda del pueblo a comprar un huevo, una cucharada de café y una bolsita de manzanilla. Cuando mi madre se quedaba ciega bordándome las sábanas para el ajuar. Ay, aquellos guateques… Aterrizan los postres y ya, con el estómago como un globo y una sonrisa más amplia de lo habitual, no se puede evitar que broten las canciones. Desde jotas a tangos, de canción de iglesia a los Beatles, y para acabar que no falte un ‘sigo siendo el rey’.

Ya atragantados con las uvas y prácticamente en enero, nos molestamos en mirar atrás, temerosos de lo que podamos ver. Al abrir el armario, esto es matemático, nos caen encima todas las penurias pasadas, como las bolsas de plástico llenas de mantas de tigres que guardan las madres en los altillos. Después de empujarlas, apartarlas y esconderlas debajo de la cama a puntapiés, vemos que aún hay bultos en los anaqueles. Alcanzamos los recipientes y nos asomamos a su interior. Anda, pero si hay cosas bonitas. Hay momentos que nos hicieron y aún nos hacen sonreír. Hay logros, hay alguna meta cumplida, hay felicidad. Sobre todo, lo que hubo en 2012 y abunda en cualquier balance, son las personas. Personas que significaron y/o significan algo; mucho o poco. Las que ya no están porque se vieron forzadas a marcharse, las que se fueron porque quisieron y aquellas a las que nosotros mismos echamos. Las que no llevan ni dos años con nosotros y las que acaban de cumplir los 100. Las que nos arrancaron una sonrisa cuando el cielo parecía negro. Todas las que nos abrazaron, las que nos besaron, las que nos acariciaron. Las que, además, nos mostraron su afecto con algo más que eso; con hechos, con acciones.

A fin de cuentas, no importa el dónde, el qué, el cómo o el porqué, sino el con quién. Feliz 2013.





domingo, 2 de diciembre de 2012

Los otros


Te van a decir que lo haces mal. Que lo haces bien. Te van a decir incluso que no sabes o no puedes hacerlo.

Asegurarán que es ilógico lo que piensas, que tus creencias son infundadas o simplemente que no tienes razón.

No entenderán lo que te propones, ni cómo lo llevas a cabo, ni por qué.

Te tildarán de raro, extraño. Incluso de inconsciente.

Criticarán tu postura; sea cual sea siempre habrá alguien contrario a ella, la mayoría de las veces no merece la pena rebatir a no ser que te apasionen los debates que terminan exactamente igual que empiezan.

Ven tu camino claro y apuntan sin titubear hacia la dirección que deberías tomar. Esa, la más adecuada, la más correcta y lógica.

Cómo cansa a veces escuchar lo sencillo que se ve todo desde esa otra perspectiva.

Suena a lo de siempre, a inconformismo barato. De acuerdo. Pero el realismo sólo se aplica de puertas para afuera. Es fácil señalar y acusar, pero en su casa nadie barre continuamente con la dura escoba del escepticismo.