miércoles, 16 de noviembre de 2011

Marga. ¿Qué Marga? Quién sabe.

A Marga le gustaría que Jaime bailara su baile, cantara su canción, riera su risa. Pero Jaime no es de esos.
A Marga le encantaría que lloviese sólo aquellos días en que está tumbada envuelta en su manta con un colacao humeante calentándole las manos. Pero el invierno es largo e inexorable.
A Marga le gustaría que en el telediario sólo dieran noticias alegres, que no hubiera muertes, que no salieran más mentirosos ni asesinos. Pero el mundo no está preparado para la justicia.
A Marga le gustaría que las agujas del reloj de su mesilla de noche se detuvieran por un instante, por un momento, para dejarle pensar antes de que el mundo siguiera girando. Pero el tiempo vuela y se esfuma.
Marga desearía no tener que madrugar mañana, no interrumpir su sueño, no salir de casa a toda prisa en la penumbra del amanecer. Pero no hay otra opción.

Es de noche, Marga dedica un pensamiento a Jaime, sólo uno, termina su colacao disfrutando cada sorbo, apaga la televisión y se va a la cama, no sin antes adelantar su reloj para hacerse creer que se levantará una hora más tarde. Marga cierra los ojos y, finalmente, se sumerge en el negro vacío del sueño.

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