miércoles, 21 de diciembre de 2011

Piel de cordero

Marga estaba allí, en aquella oscura esquina del local, justo al lado de las escaleras. Su cuerpo se balanceaba al son de las canciones cuya letra ya no entendía, embriagada como estaba por todas las cervezas que caían en sus manos sin saber muy bien cómo ni por qué. Sólo se dejaba llevar, las notas de aquella guitarra resbalaban por su piel, los ojos se le cerraban de puro goce y una sonrisa se dibujaba en su cara sin que pudiera -ni quisiera- remediarlo. En ese momento todo daba igual, al menos por esa noche los presentes eran náufragos que al fin habían encontrado una isla de olvido en medio de todo aquel océano plagado de pirañas.

Sus párpados se despegaron para comprobar que el universo del bar seguía girando al compás de la música. Paola, que se retorcía a su lado, dirigió hacia ella su cabeza pendular y la miró como si hiciera mucho tiempo que no la veía, como si la acabara de descubrir por casualidad.

Se concentró en el resto de los entes casi translúcidos que se movían a su alrededor; personas que se mantenían en estrecho contacto, cuyos brazos se tocaban una y otra vez, transmitiéndose, así, aquel ritmo eléctrico que ya había contagiado a toda la sala.

Entonces lo vio. Estaba allí enfrente y la observaba. Le pareció que tenía cara de lobo, sus orejas se le antojaron puntiagudas, sus dientes afilados y sus ojos apabullantes reflejaban un hambre atroz. El lobo esbozó una media sonrisa que le provocó un escalofrío. Un calambre le atravesó el cuerpo y se detuvo en su estómago, donde se instaló de manera permanente cuando se dio cuenta de que el cánido se dirigía hacia el lugar donde se encontraba. Vio sus garras, bien afiladas y listas para la caza, los blancos colmillos asomaban bajo sus labios, preparados para asestar el mordisco letal que dejara inerte a su presa. Y ella estaba paralizada, hipnotizada por unas pupilas dilatadas al extremo, no conseguía que sus músculos respondieran más allá de aquel vago baile. Al fin consiguió una reacción, pero no fue la adecuada: una vibración de su boca que poco a poco se transformó en risa. Fue la señal; el depredador atacó.

-          Hola, ¿conoces esta canción? - El animal no rugió, al contrario de lo que Marga hubiera esperado, sino que emitía un sonido arrullador, que la atraía y la mecía hacia él.


Marga se dejó derribar y devorar, porque qué más daba, porque aquella noche no le apetecía fingir que huía. Él pensó que una víctima más había caído, pero sólo la piel era de cordero.

No quedó de ella ni los huesos, y de él… tampoco.

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