viernes, 17 de febrero de 2012

Tanta gente

Tanta gente. En la calle, en los bares, en el autobús. Por momentos apretadas, pegadas, casi unidas por una cremallera. Con cierta perspectiva pueden observarse a veces formando una masa heterogénea; aparecen ante tus ojos como un gran rebaño, semejantes a esas manadas de ñus de los documentales, subiendo por las escaleras al salir del metro.

Incluso en casa, no creas que estás solo, porque no es así. En cuanto tengas el móvil cerca, tantos individuos como contactos cuentes en tu agenda que pertenezcan al mundo “whatsapp” están dispuestos a escuchar todo comentario que quieras dirigirles. En cualquier momento, a cualquier hora. Si enciendes el ordenador la situación es semejante; facebook, twitter, tuenti. Cientos de personas, incluso miles en algunos casos, pegadas a sus pantallas para darnos a conocer sus vidas o tan sólo disponibles para una conversación casual. Tanta gente.

Un aparato de compañía; la televisión, cuya popularidad ha bajado a la altura de la del microondas, eclipsada por causa y efecto de la red. Decenas de canales donde distintos tipos de presentadores, actores y demás animales del género nos entretienen, nos informan, nos enseñan, nos emocionan, nos enfadan e, incluso, nos hacen pasar miedo. Hay gente que enciende la tele y la deja ahí, solitaria, mientras se dedica a sus quehaceres. Ella, desolada, habla para telespectadores que ya ni siquiera están preparados para prestar atención a nada, porque tienen que repartirse, además, entre todos sus dispositivos electrónicos. Demasiadas personas a la que atender, nos faltan orejas, manos y bocas. Tanta gente.

¿Qué era de nosotros cuando nada de esto existía? Aquellos tiempos en que si no querías llamar a tu amigo había que mandar un mensaje de texto y acortarlo, claro, al mínimo para que te permitiera tan sólo un envío. En realidad el whatsapp es de ayer por la noche, de madrugada, cuando despertamos y pensamos “guau”, dos contactos tienen whatsapp. Luego fueron tres, y cuatro y… cienes y cienes, que diría Sabina. De repente, ya no estábamos nunca solos y era extremadamente fácil comunicarnos con todo el mundo, para bien y, en ocasiones, para mal. Tanta gente.

De hace un par de días ya es el surgimiento de las redes sociales. Entre humo, entre frases de “¿esto cómo coño va?” nacieron las chicas. Jóvenes, inexpertas, al principio no nos imponían muchos deberes. Luego, con el tiempo, han cogido confianza y casi hay que pararles las manos, y los pies, para que no desparramen tu vida por la red. Vida, de la que, por otra parte, somos nosotros mismos los que elegimos hacer al resto de nuestros “amigos” partícipes. Pero son nuestros amigos, gente a la que conocemos… ¿o no tanto? En fin, que las chicas ya hasta nos preguntan si no queremos compartir algo con ellas, nos cuestionan, incluso, que no nos haya pasado nada en toda la semana. El próximo paso será que se mosqueen y no nos dejen visitarlas en un mes. Qué amantes tan exigentes.

De cuando no había televisión no voy a hablar porque no me siento autorizada para hacerlo, no es una época que me corresponda, ni una historia que pueda contarse sin haberla vivido. Claro está, como ya he mencionado, su pérdida de popularidad hace que muchos piensen, así, a la primera, “yo podría vivir sin ella”. Yo misma he sobrevivido sin tele, y ahora malvivo con cuatro canales. Ojo al dato: ahora las series están en Internet.

No parecemos saber estar solos. La soledad, está relegada al fondo del armario, es síntoma de aislamiento social, de retraimiento. La tememos. Creemos no tener compañía, pero nunca dejamos de rodearnos de voces, de palabras, de fotos que nos recuerden que hay alguien ahí. La era de la comunicación. Y de la dependencia. La extinción del silencio. Tanta gente...


No hay comentarios:

Publicar un comentario