lunes, 13 de febrero de 2012

Tratado sobre la ceguera o cursilería para leer en San Valentín.

El corazón, órgano siempre subestimado, es un músculo potente. Bombea sangre a todo nuestro organismo, nos oxigena, nos da la vida, permite que todos los nutrientes y las defensas lleguen a cada rincón del cuerpo humano, y, aún sabiendo todo esto, se afirma que el amor es ciego, acusando a nuestro órgano promotor de tonto, de sufrir de una idiocia profunda. No nos damos cuenta de que nos estamos equivocando de víscera; es nuestro cerebro el que nos engaña, el que tergiversa las cosas.


Ahora bien, lo que sí es necesario aclarar es que el corazón puede padecer de diferentes dolencias oftalmológicas. Hay gente que tiene corazones miopes, no ven bien de lejos y se creen enamorados de la primera persona que aparece por la calle. Es típico de estos individuos que tras el acercamiento del objeto de su deseo  se percaten de la verdadera visión y, entonces, aquello que pensaban era amor se convierte en “pues de cerca no es gran cosa”. El peor trastorno es el de las personas cuyos corazones sufren de astigmatismo. En este caso, el efecto es el contrario que para los miopes; no apreciarán adecuadamente a los amores que tienen cerca. Primeramente, a estas personas no les gustarán los sujetos que ven de lejos, porque están demasiado nítidos y, por tanto, es muy fácil encontrar sus defectos. Sin embargo, cuando estos se han acercado lo suficiente se produce la fatalidad: el corazón astigmático se enamora locamente del otro, ahora borroso. Esa poca claridad lleva a la persona a crearse una imagen mental donde dibuja los contornos de su amor con líneas gruesas, bien marcadas, pero demasiado perfectas. Como no podrá comparar su creación con la realidad, puesto que no ve esta última, seguirá adelante feliz con su ilusión que le aporta todo lo que necesita. Puede pasar en este último caso que el corazón recupere la vista; poco a poco, de forma casi imperceptible, la persona enferma se va percatando de cómo el ser verdadero no corresponde con la ficción que ella tenía en su mente y, de esta forma, aquel amor idílico desaparece.

En ambos casos puede aconsejarse el uso de gafas, que ayuden a los sujetos a resolver los problemas oculares de su corazón, pero no se asegura su eficacia al cien por cien. Se recetan también tabletas de amigos, que no bolsas. Amigos de esos que te apalean una tarde al sol o una noche delante de un par de cervezas; lo mismo les da matarte de risa que herirte con la verdad. Se recomienda tener siempre amigos de esta índole cerca, sobre todo si usted sospecha que puede padecer alguno de los síntomas anteriormente descritos.

Por último, el mejor consejo es siempre el ejercicio: el ejercicio mental para tener un cerebro en buena forma capaz de paliar las faltas que nuestro corazón pueda tener. Hay que ser cuidadoso con ambos órganos, nunca sospechemos si quiera que los podamos someter a nuestro control, porque son ellos los que nos controlan a nosotros y nos engañan hasta llevarnos por el camino que desean.

Al fin, sintiéndolo mucho, he de decir que no se ha inventado aún la medicina que nos proteja contra los amores perros, aquéllos que matan, aquéllos a los que tú querrías matar, los que te provocan pequeños rasguños hasta herirte, los que querrías duraran toda la vida y no duran más que un día, los imaginarios, los reales, los mayores, los pequeños, los crueles, los condescendientes, los demasiados arduos, los demasiado fáciles, los nocturnos, los diarios, semanales y hasta los mensuales. Porque todos ellos son necesarios, son los adornos de la vida, los que le dan emoción, para hacernos gozar y reír, y los que le quitan luz, para que podamos sentir dolor y, así, resurgir de nuestras cenizas. Esa es la historia y, queramos o no, el amor es el único motor del mundo, ya sea el amor de corazones visionarios o el de aquéllos que casi padecen ceguera crónica.

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