jueves, 15 de marzo de 2012

Ver en la oscuridad

Desde el árbol, oteaba el horizonte en la opacidad de la noche. Allí donde todo parecía de color negro, él podía ver y sentir.

Durante el día, tenía miedo de que lo que le rodeaba permaneciera tan luminoso que sus ojos se cegaran eternamente. Mantenía las alas plegadas mientras el resto de las aves alzaban su vuelo al sol y, entonces, las envidiaba a todas y cada una de ellas. Escuchaba el aleteo a su alrededor, los graznidos, los cantos y sabía que no podía acompañarles. Le habían contado que algunas incluso emigraban a otras tierras durante el período invernal, para volver con el buen tiempo. Otras, cazaban en el agua o incluso sabían nadar. Grandes hazañas frente a la impotencia de la que él se sentía dueño.

Se irguió alertado por un ruido cuya procedencia no era capaz de distinguir, giró su cuello para localizarlo, pero pareció perderse en la lejanía. Y en aquel instante, se dio cuenta. Esas señoritas que volaban con la luz ahora se estremecían en sus nidos, muertas de miedo por la negrura inexorable. Mientras, él estaba allí, viendo lo que nadie podía ver, oyendo lo que nadie podía oír. Quizá viviera en una oscuridad permanente, era consciente de que nunca percibiría la realidad tal y como lo hacía el resto, pero aquella era su propia realidad, más lóbrega y sombría, pero le pertenecía. Se sintió poderoso y dueño de sí mismo. Extendió las alas y las batió al mismo tiempo que sacudía su cuerpo. Era el momento; se desplomó sobre las tinieblas para buscar su próxima presa.


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