martes, 10 de abril de 2012

Cuando se cierra el telón

El pijama me arrulla. El café humea. La luna corre descalza sobre los tejados para dejar paso a un sol que los alumbra mientras me dedica una sonrisa burlona. Tejados en los que los gatos han sido sustituidos por antenas y las tejas por cemento. Tejados que no son tejados sino azoteas, que suena peor.


La noche se escapa después de haberme prestado ya todas sus horas. No sé qué hago bebiendo café ni por qué sigo mirando ensimismada por la ventana de la cocina. Ya que estoy, aún con la mente turbulenta y emborronada, esbozo recuerdos de no hace tanto. Poco a poco, palabra a palabra, lo consigo:

Un sustantivo: beso.

Un verbo: regalar.

Un adjetivo: mentirosa.

El resto llega rodado. Mentiras llenas de silencio. Medias verdades con sabor a cerveza que dejas en otros labios para no seguir cargando con ellas. Sólo dos protagonistas y espectadores de la misma farsa. Minutos de ficción sin ciencia ni sentido alguno.

Engañar buscando consuelo o dejándote llevar hacia la salida fácil, sin maldad, pero siendo consciente, o al menos semiconsciente, de tu papel en la escena, de las exigencias del guión. Cerrar una puerta sin mirar atrás.

Dejar la botella en el suelo junto con algunos restos de cordura y subir los escalones insegura, tambaleante, intentando no hacer ruido.

 Y ya está, y es todo; la obra llegó a su fin.

Quizá tendría que haber optado directamente por la oscuridad del sueño; la luz no me ha sentado bien, y el café tampoco.

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