domingo, 20 de noviembre de 2011

Curiosidad, deja de matar gatos


Una vez más lo abro. Lo veo, lo escudriño y finalmente encuentro lo que no quiero ver. Cuando buscas, encuentras, eso es algo que sé, pero de lo que nunca me acuerdo hasta que topo con aquello que temía.
Primero siento una punzada en el estómago, como si me golpeasen con un bate de béisbol, pero flojo, ¿eh? Tampoco nos pasemos.
La ola expansiva asciende por el esófago, estrujando a su paso mi pobre corazón, y continúa hasta el cerebro. Una vez allí ya no hay vuelta atrás; se desata la cólera de todas mis neuronas. ¿Pero qué esperabais? Cotillas, que sois unas cotillas, y luego pasa lo que pasa. Se revuelven ellas, nerviosas, escandalizadas.
Las neuronas más victimistas se dedican al lamento interior: “¿Por qué ella? No soy suficiente, no tengo nada que merezca la pena”. Aquéllas más valientes y duras tratan de quitarle hierro al asunto: “¿Pero qué más te da? Si es que en el fondo no te importa, no seas dramática”. Luego están las realistas, las que tratan de asumir las cosas tal y como vienen: “Pues qué le vamos a hacer. La vida sigue. No hay más”. Oigo sus voces formando un guirigay del que no puedo escapar.
Por un momento siento rabia, frustración. Me maldigo, me odio, me martirizo. Después la tormenta va amainando, aunque mis neuronas continúen con su movilización colectiva.

Callad todas, coño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario