miércoles, 28 de noviembre de 2012

Extremos


Extremos. Frío-calor, blanco-negro, Ana Pastor-Belén Esteban. Obviemos las temperaturas intermedias, la escala de grises y el catálogo de mascotas que, allá cada uno, pueda encontrarse entre las dos hijas de la televisión. El final de la soga resulta siempre más fácil de asir.

El frío congela, el calor abrasa. El blanco deslumbra y el negro no permite ver. Los extremos acaban resultando peligrosos y dañinos (así como los extremistas). No nos importa. Las personas es que somos muy de extremos. Cuando estamos contentos lo estamos al límite y cuando el mundo parece derrumbarse lo hace para sembrar nuestro día de toda la angustia y la mala suerte. Las medias tintas no se aprecian; quién va a recordar un día normal, mediocre y monótono.

Cuando nos creímos los más listos, los más ricos, disfrutamos de una dicha que hoy vemos como un espejismo del pasado. Lo bueno, si breve, dos veces bueno (esto lo debió de decir un señor muy bajito). Sin duda sería aún mejor que lo malo fuera aún más breve. Ahora que hemos aterrizado en la otra cara de la moneda, que la realidad nos hace más pobres, no es que nadie se haya vuelto idiota, pero muchos se agazapan en sus madrigueras muertos de miedo, junto a sus posibilidades.

Tampoco los egos que circulan por ahí suelen ser de mediana estatura. Hay quien avanza mirando siempre hacia arriba y por ello, seguramente, acabará tropezando, al igual que si uno camina con su ombligo por montera. Desde luego, en el suelo tampoco está la solución; el paisaje pasa desapercibido y, al fin y al cabo, termina siendo lo único importante. Quizá sea suficiente con mirar adelante para salir del túnel o para entrar en él.

El caso es que los extremos nunca son buenos (o eso dicen por ahí) pero permiten que existan estados intermedios; marcan la diferencia. Son necesarios e inherentes a la naturaleza humana. Somos animales de extremos.



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